Porquería por excelencia son las palabras. Retroceso constante hacen mis razones en las noches donde el sueño se ausenta, y los pies juegan a ser trampolines de algodón sobre la cama calurosa de verano. ¿Y porque los misterios psicológicos se desvelan a simple presencia? Mi yo, que no es materia esconde lo oscuro, lo irrompible inquietante bajo el manto de la comunicación, de la alegría por el arte visible y de los sentimientos que son lanzados al corazón sin haber sido incitados por el pensamiento y la especulación, es decir; sin que la detención de ademanes se halla llevado a cabo. Estos hacen un espectáculo místico de nuestra masa corporal desquiciada. Desquiciada mi mano que no puede dejar de tocar el suelo. Desquiciados mis ojos que transpiran liquido y acechos escurren la sangre frenética por el contorno árabe (cierre inconcluso de los ojos). El movimiento que se representa en el cuerpo nervioso, se representa en la cabeza, el paraíso de las líneas y objetos simplificados y alterados en una noche de delirio. Contradicción, ir y venir del cabello, andar por el suelo con el ombligo ambicioso de baldosas frías. Izar las alas en función de afirmar el despegue precoz, a usar las piernas. A usar la cabeza, a usar la boca. La razón se ha perdido.
¿Quién ahora es el encargado de justificar? ¿Quien después del delirio? ¿Quien después de un despertar con miedos?
Nadie.
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